Este no es solo un libro de ciencia ficción. No al menos en el sentido estricto de la palabra, ese que suena a reseña pedante de Goodreads escrita por alguien que se compra libros para decorar la estantería. No vas a encontrar naves espaciales (al menos, de momento), ni zombis hambrientos de cerebros, ni mutantes radioactivos que lanzan rayos por los ojos y bolitas de amor por el culo. Esto no es Avatar, tranquilo: nadie se va a poner azul porque sí, ni te voy a intentar convencer de que un árbol te habla si lo abrazas muy muy fuerte.
Aquí la distopía es más cercana, más humana y, por desgracia, más posible de lo que nos gustaría admitir. Y si no, preguntadle a Musk, que cada vez que abre la boca convierte Twitter en una novela de anticipación escrita por un becario sin supervisión.
Tampoco esperes uno de esos tochos infumables de ciencia ficción donde el autor decide que lo importante no es la historia, sino explicarte durante ocho páginas cómo funciona un motor de curvatura que no existe. Nada de texto técnico que parece un manual de lavadora soviética ni esa jerga insoportable de sistémico transdimensional cuántico fusional que suena a que han tirado palabras raras en una batidora. Aquí se viene a pasarlo bien, no a repetir selectividad.
Encontrarás personajes que meten la pata hasta el fondo, otros que se esconden detrás de un silencio que, aunque cobarde, es comodísimo; y alguno que intenta cambiar las cosas aunque no tenga ni puñetera idea de por dónde empezar. Vamos, gente real, no héroes cuadrados que hablan como si tuvieran un Excel incrustado en la laringe.
Hay tensión, hay humor (del mío; perdón por adelantado), hay momentos de ternura y también un par de golpes en el estómago. Y no todos emocionales: alguno te pillará con el café en la mano. Estás avisado.
Por si lo dudabas, sí: este libro está escrito por un amateur. No por un gurú de la narrativa, ni por alguien que se cree la reencarnación de Orwell, Bradbury y Jesucristo juntos. Escrito en un sofá, con una manta a veces y más cariño del que mi columna vertebral puede soportar sin quejarse. Pero oye, está hecho con ganas, con honestidad y con esa mezcla de ilusión y torpeza noble que tienen los proyectos que nacen porque uno quiere contar algo, no porque haya un contrato millonario detrás (aunque si Amazon quiere hablar, yo escucho).
Si has llegado hasta aquí, quizá este libro sea para ti. Y si no… bueno, siempre puedes decir que lo intentaste. No voy a enviar a La Dirección a tu casa. Por ahora.