El contador de silencios

Archivos desclasificados

Cómo nació «El contador de silencios»

Cómo nació El contador de silencios

¿No os ha pasado nunca que alguien os mete una chapa terrible para explicaros algo básico? Esa gente que se encanta escucharse y repite lo mismo una y otra vez, sin piedad. Además, por supuesto, usando gran cantidad de palabras vacías que quedan muy modernas, pero que no significan absolutamente nada.

O un cliente que, para contarte que quiere el logotipo más grande, te enreda durante treinta y cinco minutos con un discurso aburrido y trillado. Y, claro, mete palabras como «sinergia», «dinamismo» o «imagen de marca». Va, que si lo quieres más grande, te lo pongo y punto. No hace falta alargar la conversación.

Otras veces, gente con mejor intención se va por las ramas al tratar de contarte algo. Tanto, que hasta te pierdes, o tu capacidad de atención te traiciona y se va a atender otros menesteres. Luego te preguntan tu opinión y no sabes qué responder.

A veces las historias empiezan con una gran idea. Otras —y reconozco que esto está feo; pido perdón a la susodicha con el corazón— con tu madre dándote la turra con algún romance intrascendente o alguna batallita familiar o semejante. Si ya de por sí tienes poco interés, imagina cuando la explicación se hace tan larga y farragosa que acabas absolutamente perdido.

¿No sería una suerte que tuvieran la obligación de darte la información de forma ordenada, clara y en unas pocas palabras? A partir de ahí, la cosa se me fue un poco de las manos. Empecé a tirar del hilo y, cuando quise darme cuenta, tenía un mundo distópico lleno de normas absurdas, silencios obligatorios, música y personajes intentando sobrevivir sin perder la voz… ni la cabeza.

«El contador de silencios» es una novela escrita desde el sofá por divertimento. No es un libro sesudo digno del Premio Planeta (tampoco trabajo en Atresmedia, así que…). No pretende reinventar la rueda: como mucho, hacerte mirar tu día a día desde otra perspectiva. Qué decimos, qué callamos y qué precio pagamos por ambas cosas. Y sí, también tiene un toque friki aquí y allá (ojo a los huevos de Pascua escondidos).

Pido disculpas por anticipado: crecer leyendo ciencia ficción deja secuelas inevitables.